En la pequeña milla de oro ateniense, justo cuando enfilas Venizelos desde la plaza Syntagma dejando atrás el hotel Gran Bretaña,
las joyerías exhiben como siempre los más caros relojes suizos. Los
escaparates ofrecen moda exclusiva. En locales y pasajes dedicados al
lujo urbanita, las grandes marcas se suceden. Justo allí, el pasado día
31 de marzo, se festejaba la inauguración de la nueva tienda de Hermes en la capital griega. Gente guapa tomaba cócteles y canapés celebrando el evento. Pronto, esas mismas personas acudirán a la apertura del Hard Rock Café, en pleno corazón de Plaka, a los pies de la Acrópolis. Así, mientras Tsipras y Varoufakis
negociaban a cara de perro con el FMI y el Eurogrupo (presionando con
simultáneos guiños a Rusia), Atenas se sumergía en una normalidad no
exenta de fatalismo. La vida sigue: buena para los pocos ricos; mala
para los muchos pobres.
Los conservadores definen a Syriza, la coalición ganadora de las últimas elecciones generales griegas, como extrema izquierda.
En realidad, esa amalgama de progresistas de todo tipo, comunistas
heterodoxos, troskistas y socialdemócratas radicales no pretende
realizar revolución alguna ni imponer soluciones económicas extremas.
Sólo aspira a poner en orden el país, reformar la Hacienda, acabar con
la corrupción e impedir que la monstruosa deuda acumulada por anteriores
gobiernos degenere en ruina. Por eso la Atenas de estos días no es el
Petrogrado de 1917 (pese a los ocasionales desahogos de los
anarquistas), sino una ciudad donde el lujo coexiste con las ollas
comunes, las banderas nacionales ondean junto a las de la UE, la Policía
vigila los centros universitarios desde la avenida Akademias, los
turistas se fotografían junto a los monumentos y reina una calma
insólita.
Pasó el tiempo de las revoluciones. Pasó la hora de las masas
insurrectas. Hoy todo es más sutil y complejo, aunque las
contradicciones siguen ahí. Con Syriza, en verdad, no llegó el
Apocalipsis (ni vendría en España si gobernase Podemos). Pero la Europa financiera está muy interesada en hundir a la nueva izquierda griega. Para que no cunda el ejemplo, claro.
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