Vamos hacia unas elecciones de lo más inciertas. Tanto municipales
como autonómicas van a ser objeto de una campaña (lo están siendo ya)
efectista, rara y en buena medida tramposa. Los partidos viejos intentan remendar sobre la marcha sus respectivas trayectorias, proponiendo ahora lo que no hicieron cuando gobernaron.
El PP, desde el Gobierno de Aragón, vende
hoy concesiones de naturaleza social que aparentan ser una
rectificación de todo lo llevado a cabo en estos cuatro años. El PSOE,
desde el Ayuntamiento de Zaragoza, se enmienda a sí mismo mientras Belloch se aleja sin volver la vista atrás y Pérez Anadón se disfraza de renovador sin engañar a nadie. Los partidos nuevos,
solos o en compañía de otros, barajan sus opciones en medio de cierta
confusión. Ciudadanos ha desembarcado en Zaragoza con una candidatura
electoral sorprendente (que ha desencantado de inmediato a muchos que
miraban con simpatía a los de Rivera), cuya composición insinúa su vocación de auxiliar del PP. Podemos se limita a las autonómicas con unas listas de integración,
mientras tiene a gente suya en Zaragoza en Común y otras opciones
municipales al estilo Ganemos. ¿Cómo se articularán ambas campañas? ¿Qué
clase de convivencia puede darse entre formaciones (Podemos e IU,
fundamentalmente) que van juntas en un envite pero separadas y a la
greña en el otro? ¿Cuál será la reacción de muchos votantes de
izquierdas obligados a elegir entre Pablo Echenique y Patricia Luquin (una magnífica candidata, con experiencia y feeling que puede quedar desaprovechada? Y todavía queda por saber qué será de CHA y PAR.
Aquí hará falta mucha calma y juego limpio. Si no, los votantes pueden
acabar mareados, o peor aún: incapaces de captar el sentido último de su
decisión. Nadie dijo que fuera fácil el oficio de ciudadano.
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