Todos los candidatos aseguran, al estilo de doña Susana,
que ellos solo quieren pactar con sus votantes (¿el qué?), y así no
desvelan ni el más mínimo detalle de sus intenciones poselectorales.
Pero ni uno solo de ellos ha dejado de pensar en cómo se les compondrá
para acceder al Gobierno (o impedir que llegue a él el bando
ideológicamente contrario) con una mayoría relativa tirando a
relativísima. Los entendidos en estas monsergas preelectorales aseguran
que hablar siquiera de futuros acuerdos indica debilidad. Sin embargo,
nadie alberga dudas sobre lo ajustado que irán los resultados y la
imperiosa necesidad de pactos, sean de estricta coalición, de apoyo crítico
o de mero dejar hacer a otro concediéndole el beneficio de la
abstención. Lo que no se concibe (por poner un ejemplo teórico) es que
el PSOE y Podemos, en caso de tener la aritmética a su favor, se armen
un lío en Aragón y permitan que Rudi siga gobernando, o
que el PP y Ciudadanos se desencuentren en Zaragoza capital, aun
teniendo juntos alguna ventaja, y acaben dejando el paso libre a Santisteve.
El mayor problema de los pactos por venir radica en que, según todos
los indicios, habrán de hacerse sobre resultados muy próximos entre sí,
sin que nadie disfrute de una ventaja tan notoria que le permita
reservarse el papel principal. Si, pongamos por caso, el partido X saca
un 27% y el Y, un 21%... su hipotética negociación tras las elecciones
se hará en términos de práctica igualdad. El modelo de relación entre el
PP o el PSOE con el PAR, o el del propio PSOE con CHA e IU está llamado
a desaparecer. Lo que llega es otra cosa, menos bisagrera, más
comprometida para todos, mucho más compleja. Exigirá, por supuesto,
grandes dosis de inteligencia, generosidad y transparencia. A ver.
Y si no, concluyen algunos, se repiten las elecciones que hayan
desembocado en punto muerto... y todo arreglado. Bueno, pues sí. Pero
ojo, porque en tal caso nadie sabe cómo pueden reaccionar los votantes.
Castigarán duramente al que consideren culpable de haber hecho fracasar
el diálogo previo. La jugada, amigos míos, se presenta (muy) peliaguda.
JLT 16/04/2015
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