La corrupción no tiene demasiado que ver con el sueldo de los
políticos, el número de cargos públicos o la mayor o menor extensión del
Estado (la externalización de cuyas funciones es, precisamente, el
mejor caldo de cultivo para la podredumbre). Es necesario insistir en
ello una y mil veces (disculpen la matraca), porque pese a todo lo que
ha caído y sigue cayendo mucha gente aún no ha entendido cómo y dónde se
cuece la auténtica gran estafa.
Para poner en orden este país
nuestro hacen falta sistemas de control y absoluta transparencia. Aragón
ha aprobado una ley bastante avanzada al respecto, y por ahí han de ir
los tiros. Las administraciones públicas deben habitar edificios de
cristal. También los bancos, las grandes compañías cotizadas en bolsa,
las fundaciones, las sociedades anónimas, las empresas... Luz y
taquígrafos: sepamos qué hacen quienes nos gobiernan. Conocer sus
ingresos y patrimonio parece elemental, pero ahí no está la madre del
cordero sino en los contratos que firman, los convenios, las
subvenciones, la contabilidad de las sociedades públicas (incluidas las
participadas), de los institutos, de los organismos... Hay que seguirle
el rastro a cada euro procedente del erario.
¿Exagerado?
¿Imposible? Para nada. En Noruega (como no me canso de predicar) todos
los datos fiscales de todos los contribuyentes están disponibles en la
web de Hacienda. Hay estados que manejan sus cosas con una transparencia
absoluta, que empieza en cada ciudadano y termina en las grandes
instituciones públicas. Aquí no sabemos nada de casi nadie,
especialmente de quienes operan a través de figuras societarias. Las
grandes empresas son perfectamente opacas.
Y control, por
supuesto. Del Tribunal de Cuentas, del Banco de España, de la Comisión
del Mercado de Valores, de la Inspección de Hacienda y su Oficina
Antifraude, de la Fiscalía... No solo para controlar a los políticos. El
sector privado también debe estar sujeto a supervisión. El objetivo:
evitar que desde arriba nos distraigan los millones a miles. Luego ya
nos ocuparemos del chocolate (y el sueldo y los coches y tal) de los
periquitos.
JLT 01/04/2015
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