Si no he entendido mal, España tiene mogollón de pasta en Suiza
(20.000 millones, que se sepa) y a su vez recibe enormes cantidades
procedentes de Luxemburgo (país que, por ejemplo, se lleva la palma a la
hora de invertir en Aragón). Pero, claro, nadie se cree que ese
trasiego de dinero calentito, oscurito, guarrito y defraudadito tenga
que ver con actividades productivas, ni pueda ser atribuido así, en plan
colectivo y total, a los países por los que viaja en su ir y venir.
Estas millonadas son de unos cuantos afortunados y los negocios con
ellas relacionados (especulación financiera, jugadas en la renta
variable, movimientos de blanqueo) nada tienen que ver con esa economía a
escala familiar, que nos suelen presentar como paradigma de la
ortodoxia. La ortodoxia, en realidad, es la norma que se impone a la
mayoría para sacarle la tela por las buenas, pero está a años luz de las
prácticas habituales entre las auténticas clases altas. La inmensa
mayoría, ¡ay, madre!, ni tenemos cuentas en Suiza ni recibimos legados
multimillonarios ubicados en paraísos fiscales ni podemos eludir al
fisco ni nos hemos acogido a la amnistía fiscal.
No nos
beneficiamos de grandes subvenciones. No pillamos los macrocontratos
públicos. No hemos recibido créditos privilegiados por parte de las
antiguas cajas de ahorro. No jugamos con ventaja a la Bolsa, conociendo
con antelación movimientos que alterarán las cotizaciones. No tenemos ni
puta idea de nada... Hasta que un día la cuerda de los de arriba se
rompe por lo más flojo y entonces atisbamos (por un momento y de manera
muy parcial) la verdad de la vida.
Ahora, el Gobierno pretende
que se está luchando contra la corrupción y el fraude, caiga quien
caiga. Pero eso no se lo creen en España ni los niños pequeños. Estamos
viendo que la Lista Falciani o la nómina de los amnistiados por Montoro
sólo son la obscena punta del iceberg. Y que el secreto (invocado hoy
como dogma legal) impera e imperará para evitarnos el disgusto de
conocer toda la realidad... Así como para proteger a quienes no han de
caer, porque están demasiado altos y son demasiado poderosos.
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