Que Rajoy se empeñe en vincular la presunta recuperación
económica a su propia recuperación electoral es solo un reflejo de sus
peculiares alucinaciones. O quizás un soberbio acto de cinismo, pues el
presidente debería saber que quienes le votarán (muchos menos que la vez
anterior, pero muchos más de los previsibles) lo harán ante todo por
miedo. Miedo a salirse del carril, a los poderes financieras, al
Eurogrupo y al FMI, al Banco Central Europeo, a los vaivenes bursátiles,
a los ricos que se traen y se llevan el dinero sin importarles una
mierda esa patria de la que tanto blasonan... Miedo, en fin, a romper la
baraja y que al final la cosa sea todavía peor de lo que ya es. Mira
Grecia.
La recuperación de la que alardea don Mariano es a la vez
un ejercicio de creatividad estadística y la consecuencia del fatalismo
de las clases medias supervivientes que han decidido vivir al día, pues
mañana Dios dirá. Además, tanto la benevolencia monetaria del banquero Draghi
como la insólita tolerancia al incesante aumento de la deuda nos han
dejado en una especie de limbo macroeconómico. El gran jefe conservador
se empeña en ver todo esto como un milagro cuyos méritos hemos de
atribuirle. Por eso es capaz (como hizo el otro día) de salir a internet
para celebrar la última EPA, en la que, sin embargo, se detectaba la
destrucción de más de 100.000 puestos de trabajo.
La gente normal
no percibe la recuperación. La mayoría de las familias arrastran
tragedias protagonizadas por parientes que perdieron su empleo y ya no
han logrado recuperarse. Aunque el PIB creciera a un ritmo del 3% no nos
beneficiaremos todos por igual. Eso está claro. Luego tenemos esas
historias, obviamente ciertas, de los multimillonarios habituales o de
ocasión que guardan en paraísos fiscales fortunas inauditas... El
electorado está justamente aborrascado e incrédulo. Pero el temor va
cayendo como una lluvia fina. O gruesa, como esa prohibición por la
Junta Electoral de Teruel de pancartas que cuestionen la salida de la
crisis. Dicen que este es un país de centro. Me parece que es, más bien,
un país acojonado.
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