Solo han pasado cinco años. Quizás sea mucho tiempo en estos tiempos
donde todo va a toda pastilla. Pero que aquel movimiento político y
social (espontáneo, organizado sobre la marcha) haya madurado tan
deprisa... Es un milagro.
En las plazas, en la del Pilar por
ejemplo, se hicieron presentes miles de jóvenes que jamás habían
participado en nada parecido. Por vez primera hablaban en público y
asistían a la apasionante ceremonia del debate abierto. Ponían en
cuestión al sistema porque el sistema les había traicionado...
traicionándose a sí mismo. Y eran conscientes de que la crisis económica
(el crash del 2008) no había sido sino la antesala de una
transformación global profundamente reaccionaria dirigida por el capital
financiero. Allí se juntaron cuadros de los sindicatos estudiantiles,
colectivos alternativos, grupos configurados a través de internet y
otros jóvenes entrenados para el debate en lugares tan peculiares como
los campamentos de scouts. Luego llegaron viejos supervivientes de las
izquierdas más o menos alternativas, veteranos de los 70, activistas que
aún querían guerra, ciudadanos anónimos arrebatados por la ilusión,
radicales, frikis, curiosos... Esos fueron los ingredientes humanos de
un movimiento que desbordó al stablishment y provocó el pasmo de los partidos habituales (soprendidos en plena campaña electoral).
Frente a quienes minusvaloraban o despreciaban abiertamente al 15-M,
era fácil ver que aquello tenía cuajo y daba respuesta a la indignación
de una ciudadanía harta de la codicia, la insolencia y la mala fe de las
élites (la política y la económica). En las plazas, es verdad, se
elaboraban resoluciones y manifiestos ingenuos, muy alejados de lo que
podría considerarse un programa. Pero en aquella atmósfera naif había algo. Algo.
Cinco años después, el 15-M ha desembocado en una transformación
profunda del panorama político. La irrupción de Podemos, sus
confluencias, las plataformas En Común, la agitación actual es la
consecuencia evidente. Incluso Ciudadanos pretende tener algún cromosoma
quincemayista en su ADN. Los partidos tradicionales también han
incorporado a su verticalismo habitual algunos tics participativos. Y de
esta forma la alegre (e incompetente) fiesta democrática de las plazas
ha llegado a las instituciones. Nadie podía imaginar hace un lustro que
algunos de los que andaban por el campamento de la plaza del Pilar iban a
gobernar el ayuntamiento de la ciudad.
En cinco años, de las
floridas plazas okupadas al barro de la lucha y la gestión política. Era
un salto inevitable. No vale limitarse a describir los problemas, hay
que intentar resolverlos. Solo que eso... quizás no se aprenda en tan
poco tiempo.
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