Insoportable e insostenible, por supuesto. Cada semana las noticias
que giran en torno a las dos grandes instituciones aragonesas, el propio
Gobierno de la Comunidad y el Ayuntamiento de Zaragoza, revelan la
urgente necesidad de auditar ambas, de replantear sus objetivos, de
centrar sus prioridades, de acabar con el viejo desmadre que cada año
dilapida decenas y aun cientos de millones. Sin ese ejercicio de
realismo y puesta al día, que no sólo atañe a los gobernantes sino
también a muchos gobernados, será imposible atajar el déficit, atender a
lo que que de verdad importa y sanear este ambiente cargado de recelos,
trampas políticas y populismo barato.
Populismo, sí. El que a lo largo de los últimos decenios ha llenado
los oídos de los aragoneses de cuentos, imposibles y mentiras. Esa
demagogia infiltrada en la política de escaparate, la política sazonada
de eventos, la política a la valenciana o a la andaluza (y
ya me disculparán los amigos levantinos y sureños), la política, en
fin, que capta voluntades y genera autoestima a precio de oro, con
proyectos inviables, con planes de negocio trucados, con sobrecostes a
todo trapo y con gestores incapaces.
Ahora mismo, el Ayuntamiento de Zaragoza se desliza por una montaña
rusa judicial en la que compensaciones, contratas, concesiones y
expropiaciones andan al retortero, sin que exista forma humana de
predecir qué fallarán al respecto los tribunales. El alcalde Santisteve
y los suyos se han visto atrapados en ese marasmo, que es la
consecuencia de decisiones tomadas por sus predecesores. ZeC está
intentando resolver la papeleta. Es difícil saber si lo hace bien, mal o
regular. Pero es indudable que pelea contra una herencia desastrosa.
Cuando al municipio le caen encima sentencias en firme (sobre asuntos
que vienen de lejos) que implican pagos millonarios, no hay dios que
saque a flote el presupuesto. Cuando las principales contratas (la de la
limpieza con FCC y la de los autobuses con AUZSA) están sujetas a
permanentes conflictos, reclamaciones, desembolsos oscuros y cosas parecidas es que algo se ha hecho muy mal.
El Gobierno de Aragón, por su parte, sigue sin saber qué hacer con el
entramado societario que forma parte de la administración autónoma.
Mientras negocia a cara de perro el pago de servicios sociales
esenciales, debe inyectar más y más dinero en actividades perfectamente
superfluas. Y todavía intenta mantener la ilusión popular dando
continuidad o nuevos formatos a proyectos que tal vez sean interesantes
(rehabilitar la estación de Canfranc, por ejemplo) pero que nadie sabe
cómo podrían financiarse sin generar nuevos y espectaculares agujeros.
O alguien pone orden en este barullo, o las vamos a pasar de a metro.
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