Desde el domingo, efeméride exacta, los antes denominados medios de
comunicación de masas (aunque ahora las masas se han fragmentado y ya no
existen como bloques compactos) andan divididos en dos grupos: aquellos
que aprovechan el quinto aniversario para lanzar una mirada
retrospectiva sobre el 15-M y sus repercusiones, y aquellos que no... o
apenas. Es curioso, pero a día de hoy aún existe una buena parte del
sistema (incluyendo políticos, líderes económicos, periodistas y
académicos) que se empeña en minusvalorar lo que pasó y apuesta, con una
convicción absoluta, por que las plazas, los campamentos, los
manifiestos... y Podemos acaben dispersándose en la ortodoxa fatalidad y se conviertan en una mera anécdota dentro de la futura crónica de estos años críticos.
El 15-M fue uno de esos instantes en los que la ruptura se plasma en
acciones e imágenes. Los campamentos y las manifestaciones, los mensajes
difundidos en red y la utilización de internet como instrumento de
participación política reflejaban un cambio profundo. Eran la
contrafigura de otros fenómenos como la globalización, el poder
arrollador de la tecnología, la hegemonía del capital financiero sobre
el capital industrial y la ruptura de los paradigmas socialdemócratas y
el sueño igualitario. Todo esto lo sentía la gente del común. Y la
sensación pervive.
Pero el 15-M no fue un ámbito de elaboración
teórica ni programática, no cuajó como fórmula participativa (la
reiteración, la ineficacia y el aburrimiento acabaron con las
asambleas). No abrió un proceso revolucionario. No trazó alternativas
factibles. A la postre, no dejó de ser una protesta espontánea, llena de
entusiasmo y de encanto... cuyos participantes (como los jóvenes
franceses del 68) no corrieron demasiados riesgos físicos y pudieron
expresarse libremente porque la democracia (por degenerada que esté) lo
permitía. Cinco años más tarde, las consecuencias son evidentes. E
importantes. Pero ha llegado la hora de que el quincemayismo y sus
resultantes demuestren que, además de todo, sirven para cambiar las
cosas.
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