Algunos españoles flipamos, pero Nicolás Maduro está insultante de alegría. La venezuelización
de la campaña electoral española ha superado todas las líneas rojas
para derivar hacia lo grotesco (sólo ha faltado la convocatoria por Mariano Rajoy
del Consejo de Seguridad Nacional, frivolidad imperdonable).
Naturalmente, no solo está encantado el Gobierno del país que tanto nos
fascina; la oposición, también. Aquel puede desviar la atención de su
desmoralizada hinchada hacia las consabidas conspiraciones exteriores;
la segunda internacionaliza el conflicto abriendo las puertas a
la participación ajena, lo cual siempre ayuda a promover el barullo y la
desestabilización. En Venezuela se enfrentan dos bloques políticos muy
radicalizados, muy duros de pelar y muy decididos a salirse cada cual
con la suya aunque eso represente la destrucción del país. Pero la
España actual poco tiene que ver con aquello (salvo en lo que se refiere
a los llamados "intereses empresariales"), y resulta de lo más majadero
que las fuerzas políticas y los instrumentos mediáticos del sistema se
empeñen en trasladar a Caracas nuestro debate electoral, simplemente
porque están obsesionados con Podemos. ¿Tanto miedo le tienen?
Puestos a mirar lo que sucede fuera, lo lógico sería hablar de los
acontecimientos en Francia, donde la socialdemocracia oficial intenta
imponer una reforma laboral que el pueblo rechaza, o en Grecia, donde la
izquierda alternativa fue obligada a pasar por el aro, o en las
instituciones europeas, donde el ministro alemán pide mano firme con
España, y que nos pongan ya la multa de 2.000 millones de euros por
incumplir el déficit y se obligue a nuestro Gobierno a imponer más y
mayores recortes ya mismo (pero no, ¡no estamos intervenidos!).
Mejor aún sería que el debate político incluyera la corrupción
(escalofriante lo que pasó en Acuamed), la constante depreciación de los
salarios, el fraude fiscal masivo por parte de la clase alta, el futuro
de los servicios públicos, la organización del Estado... En fin, esas
minucias que ahora quedan en segundo plano ante los argumentario
venezolanos. Vaya broma.
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