Estoy harto de oír y leer sobre Venezuela. Mucho más porque en España
el seguimiento de la actualidad en dicho país está contaminado a) por los intereses que tienen allí varias compañías que cotizan en el Ibex, y b)
por la supuesta relación entre el chavismo bolivariano y el partido
Podemos, definido por nuestro sistema (y más tras haberse coaligado con
IU) como genuina encarnación de la Horda. Así que no hay día en que no
sepamos algo sobre cómo evoluciona la situación en las calles de Caracas
y otras ciudades, en una especie de relato paradójico, pues quienes
aquí tienen el Gobierno (en funciones) exigen de quienes gobiernan al
otro lado del Atlántico unos derechos y libertades que ellos jamás
concederían a sus administrados.
Venezuela arrastra un problema
terrible: padece de manera simultánea un régimen demagógico, ineficiente
y autoritario... y una oposición mentirosa, ultraconservadora y de
intenciones no menos autoritarias. Y si la ciudadanía ha estado votando
una y otra vez a favor de Chávez y luego (aunque cada vez menos) de Maduro
es porque la llamada revolución bolivariana dio por primera vez a las
clases populares una oportunidad de participar en el reparto de las
rentas petroleras, que ahora, como sabemos, han quedado reducidas a su
mínima expresión. Es lo mismo que ha pasado en todo el subcontinente: en
Bolivia, en Ecuador, en Brasil, en Argentina o en Uruguay. La gente se
ve atrapada en el dilema de optar entre el populismo izquierdizante (por
llamarlo de alguna manera) y la versión 3.0 de las oligarquías
tradicionales. El uno y la otra son corruptos y proclives a reducir el
espacio democrático, pero aquél reparte algo a través de fondos y planes
que han sacado a millones de personas de la pobreza extrema, mientras
que las élites de toda la vida no suelen dar ni la hora (aunque prometan
que mantendrán la inversión social). Que se lo pregunten a los
argentinos y ahora a los brasileños.
Temo que Venezuela, acabe
atrapada entre el yunque y el martillo y sea escenario de un drama
sangriento. Su gobierno es pura y temible paranoia. Su oposición no es
de fiar.
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