Los de mi generación podremos presumir de haber recibido una educación a la última. Porque servidor pasó los cuatro exámenes de Estado
reglamentarios (ingreso de Bachiller, reválida de Cuarto, reválida de
Sexto y prueba de Preuniversitario) y se pegó toda la enseñanza primaria
y secundaria en un colegio solo para chicos. Supongo que ese será
también el currículo escolar del ministro Wert y por tanto su
última reforma educativa no es sino una vuelta a sus tiempos que son,
más o menos, los míos. Años 50 y 60. España negra y luego levemente
pasada por un technicolor made in USA. Frailes sobones, aulas heladoras,
palo y tentetieso, ratios de a cincuenta... Ni laboratorios ni material
didáctico ni profesores de idiomas nativos. O eso, o te ponías el mono y
te ibas a un taller de aprendiz, a estudiar la dura carrera de obrero.
Los años 60 fueron el Edén de la derecha carpetovetónica porque en
ellos los señores podían ejercer de tales en medio de una población
domada a sangre y fuego en las dos décadas anteriores. En aquel momento
la gente bien disfrutaba feliz en su mundo exclusivo: hoteles y
restaurantes de lujo, clubes de postín, sastrería a medida, tribunas
cubiertas, confort y glamour. Eso para los triunfadores o los hijos y
nietos de quienes lo hubieran sido; para las mayorías quedaba el
pluriempleo, la emigración, la lucha para llegar a fin de mes y el siseñor.
Metidos en la máquina del tiempo, volvemos atrás y quienes ya estuvimos
allí comprobamos, estupefactos, como recuperamos los años vividos. Hace
poco leí que el Ministerio de Exteriores ya no beca las prácticas de
los alumnos de su máster de Diplomacia y Relaciones Internacionales.
Ahora, los interesados tendrán que pagarse un seguro de asistencia
sanitaria, el viaje a su destino (por ejemplo a Wellington, la capital
de Nueva Zelanda) y la estancia durante meses. Pregunta: ¿quiénes podrán
permitirse el gasto y así ir metiendo cabeza en el cuerpo diplomático?.
Respuesta: los hijos de las personas muy pudientes. Los demás que se
olviden del tema. Las aguas vuelven a su tenebroso cauce. Y yo, ya ven,
regreso a la infancia.
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