En los sucesivos debates sobre el estado
de la Comunidad que se echó al cuerpo, Iglesias se limitó a repetir una y
otra vez el mismo discurso. Raca-raca ante unas Cortes sedadas y una
opinión pública sobrecargada de autoestima. ¡Ah!, pero doña Rudi acabó
con la rutina y ayer se lanzó a sacudir las conciencias contándonos no
ya un viaje por el País de las Maravillas sino una especie de argumento
abstracto, impenetrable, absurdo y un punto cómico. A ella le parecerá
mal la comparación (perdóname, Luisa Fernanda), pero su monocorde
intervención se asemejó a un informe de aquellos que se presentaban al
Politburó del PCUS en los años del padrecito Stalin. De ahí el
incongruente llamamiento a la rebelión social después de traernos y
llevarnos por el submundo de los ajustes quinquenales.
A todo hemos de llegar cuando una política veteranísima y con mando
en plaza no habla ya de realidades percibidas (como hacía el otro) sino
de realidades irreales. ¿Se le habían olvidado los abucheos del lunes en
las escalas del Paraninfo? ¿O no recordaba las manifestaciones por
María Agustín, las concentraciones de las mareas multicolores, los
treinta y tres mil niños sin beca, la reducción de plantillas en todos
los servicios? ¿Ignora por ventura que su Gobierno acumula meses de
retraso en el pago de los conciertos a la residencias de ancianos o
discapacitados o en las ayudas preceptivas a los centros especiales de
empleo? ¿En qué país vive?
No creo que Rudi sea tan cínica como podría dar a entender su
inefable discurso. Seguramente se dejó arrastrar por ese entusiasmo a la
inversa que le es propio. Por eso habló, como consumada burócrata, de
la nieve que no nevará, del túnel que nunca se hará, de los pantanos que
jamás se llenarán y del objetivo de déficit que se cumplirá (¿a costa
de qué?).
En estas condiciones el debate sobre el estado de la Comunidad se
convierte en una broma. Cualquiera sabe cómo se las arreglará la
oposición para replicarle hoy. Lo cierto es que un planteamiento así es
inabordable, supera la normal condición humana. ¡Qué grande eres,
presidenta!
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