Salvo sorpresa de última hora, en el verano del 2013 se cierra
Garoña, en el Alto Ebro. Loados sean los dioses. Nuclenor (Iberdrola y
Endesa), empresa propietaria de la central nuclear, venía negociando con
el Gobierno la prórroga de la vida operativa de dicha instalación, que
ya había recibido luz verde (al Ejecutivo central y al de Castilla-León
la cosa les ponía mogollón). Pero no han logrado acordar las condiciones
y los costes fiscales. Las eléctricas, con su voracidad habitual,
querían llevarse crudos los beneficios de un artefacto más que
amortizado, y pretendían mantenerlo en funcionamiento como hasta ahora:
sin revisión del reactor, sin reparaciones ni medidas adicionales de
seguridad.
Garoña ha sido (y es) una espada de Damocles
suspendida sobre nuestras cabezas. Un accidente de envergadura
proyectaría la sombra de la contaminación nuclear sobre todo el valle
del Ebro con un impacto social y unos costes incalculables (ya saben
ustedes que ningún seguro cubre ese tipo de siniestros). La central
tiene un reactor del tipo BWR, desarrollado por General Electric en los
años Sesenta, que empezó a funcionar en 1971 y cuya actividad no debía
superar los cuarenta años. Hay más: los incidentes documentados
empezaron a producirse en 1989 y desde entonces han sido constantes:
fallos en válvulas, conatos de incendio, pérdida de aguas
contaminadas... En Bélgica se han detectado fisuras en dos reactores del
mismo tipo. Aquí no sabemos cómo estará el tema, porque el Consejo de
Seguridad Nuclear no ha hecho ninguna inspección directa.
Parece
increíble que los incautos y desapercibidos habitantes del valle del
Ebro nos hayamos comido con patatas una amenaza semejante (sólo
denunciada por las organizaciones ecologistas). Hace unos meses, sin
embargo, los ayuntamientos de las ciudades que podrían verse afectadas
por una crisis en Garoña empezaron a tomar posiciones contra la prórroga
(también el de Zaragoza e incluso el de Vitoria, gobernado por el PP).
Así que ya ven: bien está lo que bien acaba. Pero nos queda un año de zozobra. La espada sigue ahí.
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