Aún no se habían apagado los ecos de la mani independentista de la Diada ni percibido las consecuencias de la movilización social en Madrid, cuando dimitió Esperanza Aguirre
cogiendo a todo el mundo por sorpresa. Así de líquida está la
actualidad. Notamos su extraordinaria fluidez, pero ignoramos el por qué
de muchas cosas. Y ya sólo nos queda una certeza: si Rajoy juega al pito-pito con el maldito rescate, la gente de la calle está cada vez de más mala leche. Con mucha razón.
De momento las causas de la dimisión de Aguirre (jefa natural en España
del ultraliberalismo autoritario) nos son desconocidas. Existen tres
posibilidades: motivos de salud, un repliegue táctico a la espera de que
Rajoy se atragante con el rescate, o la respuesta a un peligro
inminente (¿un escándalo en ciernes?, ¿un chantaje que amenaza con sacar
a la luz trapos sucios?). Se admiten apuestas.
Las noticias
llegan envueltas en velos y misterio. Sobre ellas se cierne una nube de
intoxicaciones y mentiras. La derecha loca (mucho más activa, organizada
y peligrosa que la izquierda loca) asegura que Madrid y el resto de la
España-España estarán mejor sin Cataluña y el País Vasco. Hasta sacan
cuentas de lo bien que nos irá (a los aragoneses también, se supone)
cuando nos desembaracemos de las comunidades más prósperas e
industrializadas... ¡Nadie pitará ya el himno nacional en las finales de
la Copa!
No me extraña que el personal esté mosqueado. El
sábado, en Madrid, tras la concentración en Colón y a lo largo del eje
de Castellana, miles de personas marcharon sobre las barreras policiales
que protegían la sede del PP en la calle Génova. Gritaban "¡Dimisión!,
¡Dimisión!" con una ira contenida pero candente. No eran extremistas ni
liberados ni perroflautas, sólo ciudadanas y ciudadanos de clase
media: funcionarios, profesores, trabajadores cualificados. Iban bien
vestidos y los que venían de fuera se habían pagado el viaje de su
bolsillo (10 euros fue la tarifa habitual en los autobuses desde
Zaragoza). Eran "gente muy normal", como le escuché decir a un policía.
Normales... y muy cabreados. Para todo tenían.
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