El Gobierno de España ha decidido aguantar la marejada, mientras esta
no salte los rompeolas. Ignorará (o fingirá hacerlo) las
manifestaciones y las huelgas. Al fin y al cabo, si se llevan a cabo
respetando las normas, pactando recorridos y asumiendo servicios
mínimos, no alterarán la evidente hegemonía política que ganó la derecha
en las últimas elecciones. Pero mientras se desarrolla esta guerra de
desgaste el país ha entrado en un proceso de deconstrucción. El conjunto
se empobrece sin remedio (salvo la minoría más privilegiada). La
soberanía popular ha acabado en manos del capital financiero tras pasar
por los amorosos brazos de la señora Merkel. Y las tendencias
centrífugas en el País Vasco y Cataluña crecen sin cesar porque sus
poblaciones pretenden encontrar en la independencia una salida al fatal
laberinto de la crisis.
Esto parece ir camino de una
implosión/explosión. La crisis ha acelerado las contradicciones que
España arrastra desde hace dos siglos y que ni la Transición ni los
cuarenta años posteriores han sido capaces de resolver. El nuestro no es
propiamente un Estado de las Autonomías sino un Estado de la
Provisionalidad. El fracaso de los políticos profesionales y el
codicioso egoísmo de los poderes fácticos nos han llevado hasta aquí,
contando siempre con la pasiva actitud de una sociedad que puso alegre e
incondicionalmente su destino en manos de aquellos a los que hoy
vitupera.
El juego sigue. En Cataluña, CiU esconde sus miserias y justifica sus recortes envuelta en la senyera. En la capital del Reino, Aguirre
profundiza en un nuevo tipo de nacionalismo centrípeto para tapar su
ofensiva contra el bienestar y los derechos de los madrileños. Euskadi
vive ya en otro lugar irreconocible, siempre bajo el control de las
cuatrocientas familias que administran el país y el vasquismo. Y ahí
está Rajoy, aguantando el temporal, esperando que amaine por
algún designio divino. Resistir es vencer, se dice mientras a la derecha
de la derecha crecen los gritos de quienes le ayudaron a llegar a La
Moncloa y ahora quieren también deconstruir España a su modo: ondeando
rojigualdas.
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