El personal cavila sobre su futura opción electoral mientras sube y
baja por una endiablada montaña rusa emocional. Porque esto de la
política tiene que ver cada vez más con la tripas que con el cerebro. Si
no, el PP jamás hubiese tenido la osadía de repescar como candidata
municipal en Madrid a Esperanza Aguirre, el personaje más
absurdo, despendolado, arbitrario y sospechoso que pudiera hallarse en
la inaudita capital del Reino. Esta señora, que sale de naja cuando le
van a poner multas, que se pone el mundo por montera (incluidos el Rajoy y la Cospedal),
que ha vivido rodeada de gürtelianos y púnicos, vuelve a ser consagrada
por su partido, tal vez como premio a su endiablada habilidad para
hacerse la tonta y mentir sin inmutarse. Un colega me recordaba ayer que
la lideresa dijo que se iba de la política para dedicarse a su familia,
pero en realidad siguió allí todo el rato, urdiendo la trama para
volver, una vez que quienes fueron sus manos derechas, sus alcaldes y
sus aliados han pasado de la sospecha a la imputación y de la imputación
al talego.
En los dos partidos grandes (por ahora) se
perciben grandes resistencias al cambio. Pero la desfachatez del PP es
inigualable. La derecha española tiene ese gen que le permite pasarse al
personal por el forro. Ayer, el ministro del Interior, preguntado por
el ático de Ignacio González y los contubernios del actual
presidente madrileño con algunos policías, dijo que a él eso no le
atañía, pues en aquel tiempo gobernaba... Zapatero. Qué cachondo. En este plan, los jefes conservadores pronto olvidarán que González y Granados (igual que Bárcenas) fueron, hasta ahora mismo, conmilitones suyos: González, González... ¡No estará usted hablando de Felipe! Ni la Espe recordará a su amigo y sucesor.
Así, quienes pronto deberán votar observan los acontecimientos sin
saber hasta dónde habrá de llegar su hartazgo y sus tragaderas. Dicen
los sociólogos que Podemos está ya de bajada y que Ciudadanos pronto
tropezará con su techo. Pero yo creo que al PP (y aun al PSOE) les
quedan ganas y recursos para desalentar a su electorado. Pues nada: si
se empeñan.
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