Quizás no me explico bien en asuntos como la tensión entre lo global y
lo local, entre el estado-nación y organismos supranacionales como la
UE y su Eurogrupo. Un tema apasionante y fundamental, pero retorcido y
poliédrico. Mucho más porque esa tensión de la que hablo se da en España
con especial intensidad y distintos enfoques. Ahí tenemos, por ejemplo,
el empeño independentista de una parte de la ciudadanía catalana (o de
la vasca). Su sinsentido queda en evidencia con sólo observar lo que le
viene pasando a Grecia: un país obviamente privado de soberanía. Tampoco
España dispone de margen. El desaforado apoyo de nuestro actual
gobierno y el de Portugal a las durísimas presiones ejercidas sobre el
nuevo Ejecutivo heleno, no refleja poder sino pura y mísera
subordinación. Por cálculo político, cierto (un medio éxito de Syriza
lanzaría definitivamente a Podemos). Pero sobre todo porque la
oligarquía ibérica sabe que sus intereses están fuera de esa patria que
vitorean quienes eluden los impuestos, sacan su dinero a los paraísos
fiscales y se alinean a muerte con la canciller Merkel y los burócratas del BCE.
Como cualquier otro europeista, siempre pensé que la globalización
requería instrumentos (democráticos) de gobernanza internacional. La UE,
por ejemplo. Desde luego, el nacionalismo de vía estrecha propuesto
tanto por los españolistas como los catalanistas furibundos carece de
lógica. Solos no vamos ni a recados. Algunos independentistas (en un
arranque de cinismo) llegaron a imaginar a Cataluña reconvertida en una
especie de nuevo Luxemburgo. Vaya un destino.
El problema radica en que esta UE, controlada en lo político por los
conservadores (libres ya del contrapeso socialdemócrata) y en lo
económico por el capital financiero, ha degenerado en una especie de
engendro antieuropeo, que hoy trabaja para desmontar la
democracia social y subordinarla a una ideología única, unos paradigmas
de obligado cumplimiento y unas servidumbres insoslayables. Esa UE
representa para muchos de nosotros un fracaso. Aunque quizás aún sea
posible revertir la situación. Por qué no.
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