Los paradigmas futboleros permiten entender mejor a España y los
españoles (incluyendo en el gentilicio a los entusiastas, los
indiferentes y los refractarios, pues a todos nos define quieras que
no). Examinen, por ejemplo, lo sucedido en el último partido del Madrid.
Como ya sabrán (y, si no, yo se lo cuento), parte del Bernabeu silbó a Cristiano Ronaldo,
estrella y balón de oro, porque el figurín portugués perdió el cuero
tras una recepción defectuosa y un regate fallido. Así que CR7, en
oyendo los pitos, se encaró con la grada protestona, hizo uno de sus
gestos altaneros y susurró en dulce lengua lusa un "¡que se jodan"!,
cual hija del corrupto Fabra. Hasta ahí, lo normal. Pero luego se
han producido reacciones muy significativas: aficionados y
comentaristas han saltado a los medios y las redes sociales para
lamentar aquel cruel e improcedente abucheo, han defendido la despectiva
reacción del astro, han lamentado que algunos aficionados sean tan
bordes, han reclamado, en fin, un trato singular al bueno de Cristiano
para que no se deprima ni sufra ni se enfade ni se agobie. Bastante
tiene el hombre con haberse quedado sin novia.
Escuchar a estos
forofos resulta perturbador, pues el objeto de sus mimos y adhesiones es
un tipo que gana sesenta millones al año, y por esa pasta bien habría
de dejarse abroncar... o lo que fuere. A la vista de semejante
precedente, y viendo lo que pesa todavía en este país la adhesión
incondicional, ya no se hace raro que tantos madrileños se entreguen en
cuerpo y alma al desparpajo de Esperanza Aguirre, personaje de ética dudosa y estética choricera, o aplaudan la sobreactuación andalusí de Susana Díaz, cuyos discursos halagan lo más bajuno y poligonero de la idiosincrasia sureña.
Al parecer, los clichés identitarios (futboleros, territoriales, ideológicos o religiosos) están por encima de todo. Si Neymar defraudó, si los Pujol robaron, si Aznar firmó un contrato para intermediar ante Gadafi,
si Andalucía fue un ERE tramposo y Valencia un saqueo sin fin... seamos
comprensivos con los ídolos correspondientes y no les saquemos de
quicio. Que también sufren, los pobrecitos.
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