Además de provocar abundantes daños y traer zozobra y cabreo a los
ribereños, la crecida del Ebro certifica con grotesca precisión el final
de un ciclo político, el que se inició con el siglo y las
movilizaciones contra el trasvase para acabar con los fuegos
artificiales del 2008. Siempre con nuestro (¿nuestro?) río como
figurante de honor. Hace tiempo que esa etapa languidece sin brillo y
sin remedio. Finalmente, las inundaciones han revelado que nos gobiernan
fantasmas envueltos en los lugares comunes más manoseados y menos
útiles.
Estos días, las obvias limitaciones del presidente de la CHE, el regionalista De Pedro, se han puesto de manifiesto de forma clamorosa. La ministra García Tejerina
demostró ayer su oportunismo y un absoluto desconocimiento de la
cuenca. El Gobierno aragonés, la asociación PP-PAR, ha hecho una
exhibición de inoperancia. El PSOE ha traído a Sánchez, su líder,
pero sigue aferrado a los estereotipos hidrológicos más superados: la
draga como solución simple y definitiva. Como en 1992, 2003 y 2007,
nadie ha querido enfrentarse a la verdad y explicársela a la ciudadanía.
Todavía hoy, se pretende que los efectos de la crecida se deben a
escrúpulos medioambientales. Como si retirando gravas (en 2010 sacaron
del cauce 120.000 metros cúbicos, miles de camiones cargados hasta los
topes), pudiésemos prescindir de unas zonas de expansión que laminen las
avenidas. Se olvidan las insensatas ocupaciones de zonas inundables
(como esa en la que se levantó, contra toda lógica, la residencia de
ancianos de Monzalbarba), las ilegalidades urbanísticas, las
intervenciones a lo loco. Todo se tapa evocando el demencial objetivo de
un Ebro embalsado y domado, una especie de canal de Panamá ibérico.
Por lo cual es preciso repetir a las gentes de la ribera que no se
dejen embaucar, que consulten a técnicos independientes, que exijan una
planificación del cauce razonable, que defiendan de verdad sus
intereses... Y que pongan a los políticos en su sitio, para que este
agotadísimo ciclo dé paso a algo más consistente. Antes de que todos nos
volvamos locos.
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