Digo frivolidad por no utilizar un término más duro. He de
confesarles, por otro lado, que las discusiones, declaraciones y
tejemanejes relativos a la última crecida del Ebro me han dejado
exhausto. O harto. Así que cuando el jueves se oyó a Rajoy reiterar el
argumento de que los socialistas han tenido la culpa de los
desbordamientos porque en su día pararon el recrecimiento de Yesa o el
embalse de Biscarrués, cerré todos los receptores... Y ni siquiera
presté atención al debate que en paralelo y sobre el mismo tema se
celebraba en las Cortes de Aragón.
Si les digo que la Tierra Noble tiene el menor de sus problemas en la
naturaleza torrencial del Ebro o en la construcción de más y mayores
pantanos, tal vez podrían ofenderse los vecinos de la ribera o los
regantes o sabe Dios quién. Sobre todo porque estos asuntos están tan
resobados y han sido reducidos de tal forma a ridículas simplificaciones
que algunas personas no son capaces de captar su compleja totalidad. Ni
Yesa (cuya ampliación tropieza con problemas de seguridad que han
multiplicado su coste) ni Biscarrués (que destrozará un rentable tramo
virgen del Gállego para nada) tienen que ver con la reciente crecida,
generada Ebro arriba. La eficacia de los pantanos a la hora de frenar
crecidas extraordinarias y súbitas es relativa. Enseguida hay que
desembalsar.
No pocas personas que se han atrevido estos días a entrar en los
foros de internet, en plan campanudo, a pontificar sobre lo que se debe,
o no, hacer con el Ebro, han dicho curiosas extravagancias. Por
ejemplo, en la edición digital de EL PERIÓDICO, se pudieron leer
comentarios que invitaban a canalizar el río, porque, supuestamente,
ello evitaría inundaciones ¡durante los próximos cincuenta años! Además,
aseguraban, saldría más barato que indemnizar a los damnificados por
las crecidas y el coste se recuperaría "destinando las gravas a
construir carreteras" (sic). Pero que el presidente del Gobierno (o
desde otra perspectiva los dirigentes del PSOE) se valgan de argumentos
semejantes para situar el tema resulta más terrible que gracioso.
Nadie (y ahora me refiero a los académicos, expertos, ecologistas y
otras fuentes autorizadas) ha dicho que sea preciso mandar a cascarla el
ACTUR, dejar sin defensa los pueblos o no retirar del cauce los
abundantes objetos, escombros y restos de materiales de construcción en
él vertidos. Sólo se exige un plan integral que asuma las
características de un río mediterráneo, respete su cauce, compense las
defensas con áreas de expansión y subordine las infraestructuras (cuyo
impacto en las inundaciones ha sido muy importante aunque casi nadie
hable de ello) al sentido común hidrológico.
Y los chistes y las tontadas, por favor, para los cómicos.
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