Durante dos semanas la ribera del Ebro se ha hecho visible, ha sido
objeto de la atención (o desatención, según se mire) de los políticos,
ha visto desfilar por allí a los jefes (aunque pocos de ellos estuvieran
a pie de inundación cuando la cosa se puso fea) y ha sido objeto de
promesas y buenas palabras. Ahora falta por ver en qué quedará todo
cuando bajen las aguas y pasen las elecciones. Tengo curiosidad por ver
cómo se ejecuta la limpieza del río, cómo (y con qué criterio) se
indemniza a los afectados y hasta dónde llega el debate (técnico y
social) sobre la gestión un río del que muchos opinan sin tener una idea
cabal de su auténtica naturaleza.
El caso es que todos están de
acuerdo en elaborar un plan (serio) que prevenga y evite en lo posible
el daño que causan las crecidas del Ebro. Es en el contenido de dicho
plan donde empiezan las diferencias. Podrían ser superadas; pero para
ello hay que dejar trabajar a los técnicos, evitar la demagogia política
y alcanzar un pacto razonable con las gentes de la ribera. Lo cual,
además de una mínima honestidad intelectual, requiere aclarar conceptos y
términos. Por ejemplo: ¿qué significa exactamente eso de limpiar
el cauce? ¿Retirar basuras, escombros, objetos arrastrados por la
avenida y acumulaciones de grava que quedan al descubierto cuando llega
el estiaje? ¿O más bien excavar un canal en toda regla para que el río
se hunda allí y no vuelva a dar más guerra? La primera acepción
parece aceptable y factible, aunque por sí sola no evitará futuras
inundaciones (como se ha visto tras la limpieza del 2010). La segunda es un imposible. Y quienes agitan los ánimos con semejante quimera son unos irresponsables.
Los vecinos de los pueblos ribereños creen que saben del río porque lo
ven pasar a diario. No hay tal. El Ebro es un sistema enorme y muy
complejo que no se entiende observando sólo un punto concreto. Es
necesario ordenar el cauce en toda su longitud y asumir su anchura real.
Si se hace con talento, esos vecinos verán mejor protegidos sus
intereses y vivirán más tranquilos y seguros. No es fácil, ya lo sé.
Pero tampoco imposible.
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