Se ha celebrado en Huesca la XVI edición del Congreso de Periodismo Digital, que es un foro fundamental (el Foro)
para el debate sobre el futuro de la información. Se presentaron
proyectos, se habló de lenguajes, soportes y receptores, se analizaron
estrategias... Pero también hubo sesiones dedicadas a estudiar la
compleja relación entre los medios, los periodistas y el poder. En este
sentido se oyeron testimonios estremecedores. Por ejemplo cuando tres
colegas mexicanos describieron la situación en aquel país, donde son
habituales las desapariciones y asesinatos de quienes cuentan algo que
no interesa a las autoridades o al narco (a menudo, la misma cosa). Allí
puede ocurrir que un alcalde, en vez de quejarse de este o aquel
reportero, encargue a unos sicarios la definitiva solución del problema.
Por suerte, no es el caso de España. Aquí las presiones tienen un
carácter mucho más sibilino, aunque a veces no menos eficaz en sus
consecuencias. No obstante, cuando conocidos periodistas (empezando por Arsenio Escolar, director de 20 Minutos)
explicaron con meridiana claridad la perniciosa naturaleza de ciertas
relaciones entre medios y poder, tuve por un momento la sensación de que
se centraban demasiado en los políticos. De nuevo me pregunté si la
obsesión informativa por los cargos públicos, y en especial los que
gobiernan las más importantes instituciones, no acaba siendo un velo que
nos oculta lo que existe más allá: los fácticos, los que controlan
desde la sombra.
Por supuesto, tanto Escolar como otros avisados
compañeros aludieron a esos poderes semiocultos. Pero menos de lo que
quizás merecen. Entidades financieras, oligopolios empresariales,
promotores-constructores, familias que vienen manejando grandes negocios
a lo largo de las generaciones. Ellos mueven a menudo los hilos desde
el secreto de las trastiendas: copan los contratos públicos, se
benefician de las reclasificaciones de suelo, obtienen fantásticas
subvenciones... La escala del poder, queridos amigos, no acaba (es un
suponer) en la rudi o el belloch de turno. Precisamente empieza a partir
de ellos.
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