El Sistema (tanto su desprestigiada versión española como su poderosa
encarnadura global) ofrece una sola opción, en dos únicas tallas. Es lo
que se decía en el mundo automovilístico del primer tercio del siglo
pasado: "El señor Ford le ofrece sus coches del color que usted
prefiera... Siempre que sea negro". Pues eso, que si eres europeo puedes
optar por la dura ortodoxia germánica, ultraliberal y neocón, o bien
largarte por los cerros griegos de la subversión, donde sólo cabe
esperar más y mayor ruina. Es cierto que la ortodoxia citada no propone
cosas demasiado agradables, salvo que seas rico o lo sean tus papás. Su
oferta incluye una desigualdad creciente, una durísima presión sobre las
generaciones más jóvenes y un mundo apto sólo para los muy capaces y
suertudos, donde los demás no podrán aspirar a gran cosa. Pero, se dice,
eso es lo que toca, lo inevitable, lo normal... Si me apuran, lo
razonable. Éste es el camino y no puedes elegir otro.
Así, muchas
personas consideran que la pobreza, el subempleo, el paro estructural y
todos los males que acechan a más de un tercio de la población son un
fenómeno natural. Rajoy da por hecho que la recuperación
macroeconómica no se contradice con echar a la calle a quien no pueda
pagar la hipoteca. Tal vez el deshauciado esté enfermo o embarazada o
carezca de otros recursos o sus hijos sean pequeños o tenga a su cargo
un discapacitado. Pero así con las cosas: si no haces frente a tus
compromisos financieros, atente las consecuencias. El Estado no es un
ente benéfico, sino el garante de que los más hábiles puedan seguir
ganando dinero.
Hubo tiempos más amables, cierto. Por simple
cálculo, por miedo a las réplica popular, por exigencias del guión
industrial o por lo que fuere, el ideal europeo tuvo la igualdad como
meta. Eso se acabó, nos advierten. No se trata de mala voluntad de
nadie, ni de una decisión tomada por quienes disfrutan de los paraísos
fiscales; es la ley de la gravedad económica y política. "Esto me va a
doler más a mí que a ti", decía el hermano Ángel... antes de arrearle cinco soberanas hostias al último de la clase. Qué fatalidad.
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