En la capital de Túnez, último reducto de la moderación, ejemplo postrero de la Primavera Árabe, solo hombres pasean las noches de los sábados por la avenida Habib Bourguiba.
Solo ellos se sientan en las terrazas de los cafés y se paran en las
esquinas. Es un paisaje extraño y ominoso. Los edificios oficiales están
cercados por barreras de alambre de espino. El acceso al Museo del
Bardo lo guardan soldados y policías con fusiles automáticos, y dos
blindados con ametralladoras pesadas. Durante el día tal vez te cruces
con una muchacha que aún luce el pelo suelto y unos vaqueros ceñidos,
pero los velos negros ya han hecho acto de presencia. La etapa
constituyente acabó con un resultado aceptablemente democrático y las
elecciones dieron la victoria a un anciano liberal
superviviente de todos los regímenes anteriores. Pero la comarca
montañosa que rodea el Djebel Chambí ha sido cerrada por el ejército que
acecha a los yihadistas infiltrados desde Argelia... Un panorama
inimaginable hace 30 años, cuando (pese a no pocas contradicciones)
reinaba la alegría de vivir, ganaba espacio la libertad, las discotecas,
las minifaldas, la moda italiana, los chupitos de buja, los
debates sobre el futuro del África francófona, el laicismo y la
presencia femenina, que en el orbe musulmán es siempre el termómetro que
mide con mayor precisión el estado de las cosas.
Túnez me encanta. No tanto sus playas mediterráneas o sus exóticos
bazares, como la seca y ardiente belleza del desierto y sus maravillosas
ruinas romanas: Douga, El Djem, Sbetla, Boula Reggia... Justo en el
Museo del Bardo, donde se ha producido el último y sangriento ataque
yihadista, está la mejor colección de mosaicos romanos que existe en el
mundo. Todo ello, al alcance del islamismo wahabí, el que reza y el que
mata. Vuelvo a reafirmarme en la vieja idea librepensadora: las
religiones han de quedar reducidas al ámbito personal, a la esfera
privada. Si se proyectan sobre lo público, si son manejadas con
intenciones políticas, si funcionan como instrumentos de poder
terrenal... solo cabe esperar de ellas opresión y violencia. Como bien
sabemos los cristianos.
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