El debate que contrapone las presuntas excelencias del sector privado
español a las supuestas miserias del público (o viceversa) se me hace
cada vez menos realista, un artificio retórico. Empiezo a creer que aquí
se llevan todos muy poco. Por otro lado, es impensable que un país
posea una red de empresas, compañías, operadores y consultoras muy
eficiente, mientras la administración del estado, su estructura, sus
cargos electos, sus funcionarios y los servicios que prestan son un
desastre. No, queridos, entre ambos bloques siempre hay equilibrio y
correspondencia.
Tomemos dos referencias paralelas: los logros
(primero) y los agobios (después) de las administraciones públicas, y
los también sucesivos triunfos y avatares de las empresas privadas. En
ambos casos, hemos podido ver clamorosos errores en lo que las escuelas
de negocio llaman management. En España, ese aspecto del tema (la
organización operativa, la concepción estratégica y la toma de
decisiones por parte de los gestores) es manifiestamente mejorable, por
no decir que es un churro monumental (hablando en términos generales).
Los políticos españoles gastan una vanidad y una prosopopeya sólo
comparables a la egolatría de los altos cuadros y directivos de las
empresas. Pero la eficacia respectiva está en tela de juicio.
La
gerencia española es manirrota cuando abunda y muy poco racional en los
ajustes cuando las vacas vienen flacas. Lo estamos viendo ahora. En el
sector privado sólo se habla de abaratamiento de costes, EREs y despidos
y en el público, de recortes, y retrocesos indiscriminados. Tras
lustros de alegría sin fin (fáciles éxitos, costes disparatados,
presupuestos desbordados, errores disimulados bajo tasas de beneficio
exageradas) ha llegado la hora de solventar las dificultades mediante
simples rectificaciones aritméticas: reducir plantillas a lo bestia,
reducir gastos sin ton ni son y esperar quietos, al borde de la ruina
definitiva, a que venga por arte de magia otro carnaval especulativo y
podamos comprar euros a noventa céntimos.
Poca creatividad, poca eficiencia, poca responsabilidad. Así nos va.
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