A los periodistas forasteros les fascinan esas noticias nuestras,
repletas de matices magicorrealistas y empapadas en la gracia tosca,
surreal y asombrosa propia del desaparramo rústico. El personal alucina
con historias como la del Ecce Homo de Borja, que la magia de internet
ha paseado por más de 150 países (según cálculo del nuevo delegado de
Efe en Aragón). Mientras, algunos de nosotros contemplamos con estupor
el éxito de una noticia tan poco transcendente (el cristazo moncayés), que jamás hubiesemos considerado asunto de primera.
Pero lo más jodido de este absurdo tema es que, una vez más, Aragón se
exhibe ante el planeta con otra fantástica patochada, otro delirio
baturro, otra jautada integral, otra gracieta chusquísima. Algunos
medios de las antípodas, hechos un lío, situaron nuestra maravillosa
Tierra Noble dentro de Italia. Casi mejor.
El hecho de que seamos ten topic
con el Ecce Homo o que alcancemos las primeras páginas de los grandes
periódicos y telediarios con el robo en el convento de la monja pintora o
con la caravana de mujeres a Plan, implica que nuestra imagen nunca
será urbana, sofisticada o razonable. Que es, justamente, lo mismo que
le pasa a España entera, a la inmortal España, en lo que a proyectarse
al exterior se refiere. Y, ojo, que nadie se ría de los aragoneses, pues
nuestro Gran Scala fue el aperitivo del Eurovegas y nuestras baturradas
prefiguran las españoladas que permiten al Bild alemán describirnos (a los íberos en general) como unos vagos, manirrotos y dementes adictos a la prima de riesgo.
Aragón y España somos así, damas y caballeros. Tenemos grandes pilotos
de motos y bólidos, tenemos más circuitos de alta velocidad que nadie y
organizamos tres veces más grandes premios que cualquier otra nación.
Pero no tenemos ni una fábrica propiamente dicha de coches (si acaso
plantas de montaje) y hace tiempo que dejamos de proyectar y construir
motocicletas. Estamos como regaderas, pero nuestras viejas aún pueden
pillar un deteriorado cuadro sin valor alguno y convertirlo en un éxito
de crítica y público. Somos la hostia.
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