miércoles, 22 de agosto de 2012

Ni la evidencia sirve como argumento 20120822

Algunas personas todavía niegan (o relativizan) un cambio climático acelerado y apabullante al que asistimos en directo. Quiere decirse que ni la más impactante evidencia es capaz de modificar los argumentos y criterios de quienes tienen una idea preconcebida de las cosas encajada en esquemas o marcos cerrados e inmutables. Sí, te llegan a reconocer, hace mucho calor... ¡Pero es que estamos en verano!

No me extraña. He conocido a gente que metía dinero en Nueva Rumasa mientras afirmaba que Ruiz Mateos era un gran hombre acechado por la envidia de los incapaces y las conspiraciones de los socialistas. Luego, cuando emergió la (presunta) estafa, los mismos que acababan de perder sus ahorros todavía pugnaban por responsabilizar de tal ruina a los envidiosos, a los incapaces, a los socialistas... y a Emilio Botín. Acojonante.

El caso es que esta crisis financiera está ofreciéndonos una catarata de evidencias sobre cuestiones esenciales. El control de una economía desregulada por parte de grandes operadores capaces de manejar a su antojo capitales, mercados, inversiones y personas nunca fue tan notorio. Pero los argumentarios conservadores (elaborados y asumidos por teóricos, comunicadores, políticos y expertos bienpagaos) han generado explicaciones simples, muy eficaces a la hora de orientar la reacción de las atribuladas masas en una dirección conveniente. Señalar como culpables a las instituciones democráticas, a los inmigrantes o al propio Estado del bienestar enmascara la realidad compleja de los fenómenos y oculta el oscuro papel de aquellos torvos agentes que tiran de los hilos sin otra ley que el beneficio absoluto y rápido al precio que sea. Así es posible que haya ciudadanos capaces de defender ideas y medidas que van en contra de sus intereses. Usuarios habituales del sistema sanitario que aplauden su privatización, padres de familia que se regodean contemplando cómo los recortes se ceban con la educación, auténticos desgraciados que aceptan con entusiasmo el empobrecimiento y la humillación porque ven en ello la única alternativa.

Y no hay evidencia que valga. 

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