Como hay gente para todo, seguro que algunos todavía negarán el
calentamiento del planeta. Pero nos estamos asando, literalmente. La
sequía agosta Aragón y España entera. El casquete polar se ha ido al
garete. En Groenlandia ya no quedan nieves eternas. En Teruel llegaron a
los cuarenta grados. Esto es el acabose. Incluso algunos de los más
famosos y beligerantes negacionistas (esos que enmendaban la plana al
resto de la comunidad científica y aseguraban que no había tal cambio
climático) van reculando y conceden que sí, que esto se está poniendo al
rojo. En verdad, ni el primo aquel de Rajoy podría negarlo.
Este fenómeno, cuya vinculación a la contaminación atmosférica es
también evidente, repercute ya en nuestra vida cotidiana e incide en
aspectos fundamentales de la economía y la actividad social. En Aragón,
las consecuencias del calentamiento son variadas y afectan a la
agricultura, la ganadería, el turismo, el comercio y las más variadas
actividades productivas. El regadío está entrando en crisis. El esquí
fracasa como gran factor de desarrollo en el Pirineo. Las vendimias se
adelantan. Merman las cosechas. Las altísimas temperaturas crean horas muertas
en las que la movilidad se reduce al mínimo. El medio ambiente se ve
afectado de manera dramática. El calentamiento ha permitido que especies
alóctonas procedentes de áreas tropicales arraiguen aquí (en Europa hay
ya presencia de cinco nuevas especies de mosquito, alguno de los cuales
puede ser vector de graves enfermedades).
Por supuesto que todas
estas incidencias son objeto de análisis por parte de algunos afectados
y de científicos, que estudian mecanismos de respuesta y adaptación. El
Gobierno aragonés creó en el 2009 un grupo de trabajo (Estrategia
Aragonesa para el Cambio Climático) que hoy languidece falto de recursos
y de operatividad. Del laboratorio nacional de referencia que debía
instalarse en el que fue Pabellón de España en la Expo zaragozana del
2008 nunca más se supo. En las agendas institucionales no figura este
tema, que en todo caso siempre se puede zanjar diseñando vagos planes
para (supuestamente) disminuir la emisión de gases de efecto
invernadero. Al mismo tiempo, la doctrina oficial aún insiste en la
construcción de nuevos (y obviamente inútiles) pantanos o en seguir
metiendo recursos en unas estaciones de esquí donde la nieve se ha
convertido en un fenómeno casi excepcional. A finales del pasado
invierno ardió en Castanesa una extensa área en la que estaba previsto
construir ¡nuevas pistas de esquí! Nadie se dio por aludido.
Si
el futuro ya está aquí, habría que tomarlo en consideración y
afrontarlo. ¿O será pedirles mucho a nuestros alunados y cortoplacistas
jefes?
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