Ha tenido éxito esa visión de las cosas según la cual España está en el hoyo por culpa de su inflamación
institucional: cinco o seis niveles administrativos que se solapan,
mogollón de cargos electos, asesores, consultores, contratados y
paniaguados de toda condición; una tupida red de sociedades públicas
cuyos directivos hacen y deshacen a placer; subvenciones millonarias a
partidos, patronales y sindicatos; prebendas, protocolos, coches
oficiales, guardaespaldas, comidas de trabajo, gastos de representación,
dietas, complementos... Bueno, creo que he citado casi todo, y si falta
algo ustedes lo añaden mentalmente y no se hable más. En resumen, son
bastantes los ciudadanos que al explicarles los gastos públicos de
dudosa rentabilidad, sean infraestructuras inútiles o macroeventos
desatinados, te leen o escuchan sin interés, porque ellos ya saben cual
es el quid de la cuestión: el sueldo de los políticos, la pasta que se
llevan los sindicatos, las embajadas que se han montado los catalanes, el Senado y las comarcas. Mandamos todo eso a cascarla y no habría necesidad de más recortes.
Algo de razón ya tienen, pero me temo que un ajuste drástico de las
partidas presupuestarias destinadas a instituciones y a organizaciones
políticas o sociales no alcanzaría el montante que algunos se imaginan.
Además el gran problema no está en lo que cobran quienes nos
representan, sino en su capacidad para ejercer el cargo que ocupan, en
su honestidad, en su vocación de servicio público. No se trata solamente
de reducir el número de cargos y asesores, sino de lograr que dichas
personas trabajen con eficacia y altura de miras.
La clave está
en los partidos. Son esas estructuras las que determinan la función de
las instituciones (y no al revés). Es allí donde se produce la selección
de quienes van a ser candidatos y donde se elaboran los programas. Y si
dichos candidatos y programas son la estafa que suelen ser, todo se
viene abajo. Por eso la regeneración de esta democracia en crisis debe
empezar por los partidos. Estando como están (hablo en términos
generales), mejor no hacerse ilusiones.
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