La Cámara de Cuentas hizo público un informe detallando el cachondeo
que hubo en las empresas públicas aragonesas (al menos durante el 2010) a
la hora de fichar personal. Los contratos se hicieron sin control, sin
publicidad, sin procesos de selección, con retribuciones variables no
justificadas... ¡Ostras!, pensé yo: ya verás la que se arma. Pero
pasaron los días y la escandalera se quedó en casi nada. Y eso teniendo
en cuenta que las sociedades aludidas (Plaza, Sodemasa, Expo Zaragoza,
Motorland, Aramón y demás) pagaron durante el año auditado 46,6 millones
en sueldos y su número medio de trabajadores ascendió a 1.428, que no
es moco de pavo.
Las empresas públicas dependientes del Gobierno
de Aragón fueron naciendo y reproduciéndose con la excusa (de entrada
bastante plausible) de que la burocracia institucional era incapaz de
actuar con la agilidad que requieren algunas actividades y proyectos.
Tan buena intención derivó enseguida en otra cosa: se creó una
Administración paralela, se desarrollaron iniciativas cada vez más
alejadas de lo que es propio del sector público, se colocó a los amigos y
clientes de manera discrecional (como ha venido a demostrar la Cámara
de Cuentas), se generalizó la opacidad... Y en el océano que rodea a
nuestra noble Ínsula Barataria quedaron a la deriva una serie de
icebergs (alguno de ellos monstruoso) capaces de tumbar cualquier
Titanic y de los que solo hemos visto (y vemos) una décima parte porque
el resto sigue oculto.
Las sociedades públicas han generado un
agujero inconcreto aunque pavoroso que supera los ochocientos millones
de euros. Eso dando por buenas unas contabilidades que todavía conceden a
ciertos activos inmobiliarios (los de Plaza, de Expo Zaragoza o de
Aramón, por ejemplo) un valor que ya no tienen ni de lejos.
Ya
ven: no cuento todo esto (una vez más) para pedir que se acabe con esas
empresas públicas, porque alguna, pese a todo, aún realiza funciones
imprescindibles (la tortuosa Sodemasa, sin ir más lejos). Pero ponerlas
en orden es más que urgente. Si nos queda un átomo de cordura, claro.
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