Aquí no cabe el regodeo. Constatar que en estos tiempos de crisis
financiera, de recesión y de desconcierto general se están cayendo los
palos de ese sombrajo que fue el Aragón percibido ya no es tanto
la confirmación de cualquier profecía anterior como una llamada a la
rectificación urgente, a buscar nuevas alternativas para el futuro.
Porque insistir en los yerros anteriores o aferrarse a esos paradigmas
que nos han mantenido distraídos durante décadas puede ser muy
peligroso. No confío en que nuestros cargos electos y jefas/es en
general deseen abrir un debate serio sobre lo que pasó y lo que está
pasando. Tampoco espero gran cosa de los poderes fácticos, aferrados en
la mayoría de los casos a sus mezquinos intereses. Pero la sociedad
civil tiene que reaccionar, debe entender que ha comprado demasiados
gatos a precio de liebre, ha de asumir que esto ya no da más de sí. Es
preciso renovar el imaginario colectivo. La TCP no se construirá jamás.
El Pacto del Agua no tiene sentido. El esquí no es el motor del Pirineo.
El ladrillo no nos salvará. Gran Scala no existe.
La reflexión
es imprescindible. En primer lugar porque nadie duda de que va a ser
necesario reorientar por completo el gasto público. No tiene sentido que
los ajustes se hagan de forma indiscriminada y automática, cuando
deberían ejecutarse atendiendo a nuevos objetivos estratégicos. Esta es
la hora del equilibrio social, de la formación, de la investigación, de
promover la calidad, de poner en valor los recursos propios del
territorio, de relanzar y regenerar el sector público y la economía
real... Las quimeras y las ocurrencias no tienen razón de ser y es
inaceptable que sigan engullendo fondos negados a la educación, la
sanidad o los servicios sociales.
Veamos un caso: durante esta
semana se ha iniciado la retirada de algas del Ebro. El río, a su paso
por Zaragoza, es un foco de problemas. Cierto que la intervención sobre
las riberas mejoró mucho la situación anterior, pero al mismo tiempo se
han generado condiciones adversas inocultables. ¿De qué sirve poner en
uso las orillas, cuando al mismo tiempo se convierte el cauce en un
criadero de mosquitos y moscas negras? Los portavoces oficiales han
intentado disfrazar la situación (empeñados en salvar el azud, la
navegación y otras ilusiones dosmilochistas) pero sus
declaraciones resultan poco razonables. Por favor, déjense de melonadas y
estudien cómo hacer del Ebro y sus riberas un espacio lógico, ecológico
y habitable.
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