Qué mal asumimos los españoles (catalanes incluidos) las reglas de la
democracia. Será por eso que ayer cada cual soltaba su parida,
retorciendo un resultado electoral (el del 27-S en Cataluña) tan
cristalino.
Pasa que a unos y otros se les han atravesado los conceptos con las cuentas. Junts pel Sí propuso unas elecciones plebiscitarias.
Y logró imponer ese imaginario: la campaña giró exclusivamente en torno
a la cuestión nacional (para desesperación de los no nacionalistas) y
la movilización acabó siendo extraordinaria. Cuando el domingo se superó
el 77% de participación, la naturaleza del acto democrático ya
transcendía unas simples elecciones al Parlament. Iba más allá. Justo
ahí se les torció el plan a los secesionistas, porque tanta afluencia en
las urnas indicaba que estaban yendo a votar otros que no eran los suyos. Como es lógico, las miradas se centraron en el tanteo que recogía, sufragio a sufragio, los siés y noes
a la independencia. Claro, no es lo mismo JxSí que la CUP, ni Ciutadans
que Catalunya Sí es Pot. Pero los bloques estaban perfectamente
definidos. Lo malo, para el soberanismo, fue que se quedó en un 47,8%,
frente al 52,2% de la parte contraria. Entonces, los defensores de la
declaración unilateral de independencia se aferraron al resultado en
escaños; es decir, volvieron corriendo al concepto original de la cita:
unas simples elecciones parlamentarias, no un plebiscito. Lo cual no es
democrático ni claro ni serio. En paralelo, los gerifaltes del Junts han
empezado a darse codazos: Mas está casi fuera de juego (la CUP no lo quiere), Junqueras y Romeva se miran de reojo. Lo normal.
En la acera de enfrente, Rajoy ha recorrido el camino contrario. Aseguró mil veces que estábamos ante unas elecciones normales. Mas al ver que los independentistas se quedaban tan cortos, se ha apuntado al enfoque plebiscitario. Su plan era perder Cataluña para ganar España. Merece quedarse fuera de juego en todos los tapetes.
¿Y cómo se arregla esto? Pues como debió arreglarse hace años: con
democracia, con diálogo, con una reforma constitucional, ¡con un
referéndum de verdad!. No hay otra salida.
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