Coincido con Echenique en que la devolución de los ya famosos bienes
eclesiásticos aragoneses retenidos en el Museo Diocesano de Lérida,
aunque justa y necesaria, no es un asunto fundamental. Ya sé que no está
de moda decir tal cosa a la vuelta de la Diada, cuando la imagen de los
independentistas catalanes llenando las calles de Barcelona, ha sacado
de quicio a los españolistas centrípetos. Pero, siendo este un
contencioso que atañe sobre todo a la Santa Madre, dueña y señora de
tallas y retablos, tampoco debería obsesionarnos. Es más, doy por hecho
que si no estuvieran las cosas como están, con una desgarradora tensión
entre nacionalismos de acá y de allá, las esculturas y pinturas hoy en
disputa les importarían un huevo a quienes ahora las reclaman como si
fuesen el tesoro del Gran Mogol. Supongo que a tales ciudadanos ya no
les basta con que el bueno de Lambán pida audiencia al Papa o se aborrasque con el desbocado Mas. Querrían una reacción mucho más enérgica, más encabronada, más... bélica.
Mientras tanto, los mismos conservadores aragoneses han descubierto
que el nuevo Gobierno navarro ha pedido que se pare el recrecimiento de
Yesa. Y como ese Ejecutivo despide un inequívoco aroma abertzale,
tal solicitud se quiere convertir en otro desafío a nuestra mitología
regional. Porque lo de Yesa es reivindicación de los regantes, reclamo
político, banderín de enganche electoral y un pedazo de lugar común que
el propio Lambán maneja desde hace lustros. Sin embargo, esa obra se ha
convertido en una pesadilla, mientras engulle los millones de cien en
cien. Las laderas donde se asentaría la nueva presa ceden y ceden, ha
sido preciso desalojar y expropiar dos zonas urbanizadas (estos días ha
salido a concurso la vigilancia de tales viviendas, que supondrá un
bonito pico anual) y nadie sabe cómo acabará esta locura. Así que los
navarros han hecho bien en pedir, por la parte que les toca, que se
ponga punto final a semejante delirio hidrológico. Deberíamos sumarnos a
la propuesta, no rebotarnos con ella.
Aquí me despido. Agoté el espacio... Y no quiero provocar más sofocos.
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