No es conveniente que un periodista
escriba cabreado. Pero yo lo estoy. Disculpen el arrebato. En las
últimas semanas he hablado con diversos colegas míos, todos ellos
significados e importantes, famosos incluso. Y cuando alguno me ha
recomendado calma y realismo (mucho realismo, pues así son las cosas y
no tiene sentido soñar con utopías), le he pedido que me describa el
límite razonable más allá del cual podamos (y debamos) decir que la
situación es inaceptable. ¿O hemos de aceptar los mensajes oficiales y
ceñirnos al pensamiento único sin ninguna otra opción?
Lo de los refugiados-emigrantes, por ejemplo. No solo por la
catástrofe humana que supone, sino porque nos pone en cuestión y nos
retrata. Las guerras cuyo detonador cebaron nuestros insensatos
gobiernos (Palestina, Irak, Afganistán, Siria, Libia, Ucrania...), la
naturaleza fascista de regímenes (como el húngaro) cuya presencia en la
UE ni se cuestiona, la hipocresía de los burócratas que mandan en
Bruselas, la resistencia de alguna gente (no toda, por suerte) a captar
el significado de esas imágenes de trenes en vía muerta (cargados de
personas hambrientas, sedientas y privadas de toda esperanza), las
alambradas, las criaturas muertas... Todo sale a la luz. Surgen, es
verdad, iniciativas solidarias, bienintencionadas, de comunidades
autónomas o ayuntamientos que intentan taponar con tiritas la profunda
herida. También mandatarios, como Rajoy, cuyo cinismo al respecto bate
récords. En todo caso, el límite ha sido sobrepasado.
La mentira también nos desborda. A la Ucrania democrática y
europeista se le ha concedido una impresionante quita de su deuda, justo
lo que se le negó a Grecia (¿se acuerdan?). No importa que en Kiev
reine la corrupción y las milicias se disputen a tiros el control
político y el dinero. Draghi hace equilibrios en el alambre mientras el
Eurogrupo esconde sus aprensiones tras un inverosímil «no pasa nada».
Soraya Sáenz de Santamaría nos cuenta su versión de la vida cual
resabida institutriz aleccionando a niños tontitos y crédulos. ¿Límite?,
pregunta su desafiante mirada... ¿Qué límite?
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