Llamar lapao al catalán y lapapyp al aragonés fue, por
supuesto, una memez. Hubo que llevar la contraria a los lingüistas, a
los protocolos ya vigentes (y que no habían dado lugar a conflicto
alguno) y al puro sentido común. Una vez más, el Aragón conservador hizo
el ridículo con una baturrada monumental. A ver cómo explicabas por
ahí, ante cualquier persona culta, semejante patochada. Hubo que
convertir aquel disparate en un recurso humorístico.
Así que ahora, cuando el actual Gobierno aragonés pretende echar marcha atrás y volver cuando menos al estatus inicial que normalizó
el trilingüismo durante lustros, el PP ha puesto el grito en el cielo
removiendo con torpeza la catalanofobia, que ahora está de moda y forma
parte de todos los argumentarios emitidos desde Génova. Asegura la
derecha que llamar catalán al catalán y aragonés al aragonés va a costar
cuarenta millones de euros. ¿De dónde saca tal cifra? ¿Por qué se
empeña en asegurar que esos idiomas serán cooficiales en todo el
territorio de la Comunidad cuando nadie ha dicho tal cosa? Y la pregunta
del millonazo: ¿Va a ser ésta la pauta que sigan los conservadores en
su labor de oposición? ¿Se refugiarán en ese populismo de vía estrecha
para intentar minar a los gobiernos adversarios atizando las sensaciones más reaccionarias de la gente de orden?
En el caso de las lenguas, el PP nunca ha querido denominar catalán lo
que hablan las poblaciones del Aragón oriental, de Valencia e incluso de
Mallorca. Absurdo. Tanto como lo sería negar que en Andalucía (o en
Argentina o en Cuba) se habla castellano. El miedo del panespañolismo al
pancatalismo (que también tiene sus ramalazos recíprocos, por supuesto)
genera este tipo de dislates, que por cierto no contribuyen en absoluto
a desactivar al soberanismo catalán sino todo lo contrario.
Lo
lógico es asumir que en Aragón se habla mayoritariamente el castellano, y
en algunas comarcas concretas el catalán y el aragonés. Esto es de
cajón. A partir de ahí, ofrecer la enseñanza de las dos lenguas
minoritarias y utilizarlas con normalidad en las zonas donde son de uso
común parece obvio. Incorporarlas de manera razonable al ámbito de lo
público constituye además un reconocimiento de nuestra propia diversidad
y un gesto hacia aquellos aragoneses que se expresan con todo el
derecho del mundo en el idioma de sus padres y abuelos.
En la famosa Franja, suele decir el actual presidente de la DPH, Miguel Gracia
(catalonaparlante él mismo), la gente se siente aragonesa; pero mira
hacia Cataluña porque allí están, a unos pocos kilómetros, los
hospitales y los servicios imprescindibles. Esto es así de normal. Como
llamar a las cosas por su nombre.
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