Supongo que a no pocas personas les habrá sorprendido el resultado de
las elecciones en Grecia. ¿Cómo puede ser que vuelva a ganar Syriza?
¿Cómo es posible que los conservadores de Nueva Democracia o los
socialdemócratas del Pasok no levanten cabeza? Ni las brutales
condiciones del tercer rescate ni la forzada capitulación de Tsipras
ni la crisis de los refugiados (que ha llegado con tremenda intensidad a
las fronteras helenas) han alterado la correlación electoral... ¿Están
majaretas los griegos?
Sin embargo la respuesta a tales interrogantes es sencilla. Los
griegos, en realidad, parecen estar lo suficientemente cuerdos como para
mantener su apuesta porque entienden o intuyen que Syriza no es la
culpable de la situación del país (consecuencia de la nefasta gestión de
gobiernos anteriores), que dicha formación no tuvo tiempo de nada antes
de ser atacada con todas las armas financieras por el Eurogrupo, el
Banco Central Europeo y las derechas de todo el continente (las cuales
veían en la derrota de Tsipras y Varoufakis la mejor
forma de contener a las izquierdas de sus respectivos países), y que la
rendición fue la única salida táctica cuando ese ataque desbordó la
capacidad de respuesta de Grecia, que es un estado pequeño, débil y muy
dependiente en lo económico. Además existía una cuarta y definitiva
razón para que Syriza ganara de nuevo las elecciones, a pesar de los
pesares: era la única alternativa razonable. Volver a los viejos
partidos que arruinaron el país, alinearse con los nazis de Amanecer
Dorado o refugiarse en el comunismo ortodoxo habían dejado de tener
sentido para muchos votantes. Unidad Popular, la desgajada ala radical
de Syriza, no se ha comido una rosca. Lo cual, por cierto, resulta harto
significativo.
Coloquen un dato al lado de otro: en Gran Bretaña, el progresista Corbyn
ha sido elegido líder del laborismo. Por goleada y teniendo en contra
al aparato del partido, a los grandes medios de comunicación y al
Sistema en su totalidad. Cómo les dije el otro día, la Resistencia sigue
ahí, remando contra la corriente. No es terquedad; sólo instinto de
supervivencia.
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